por Pablo Rego | Son muchas las razones por las que las
personas que desconocen el Yoga dicen no practicarlo: “que es aburrido”, “que
no me engancho”, “que me duele alguna parte del cuerpo”, “que me cuesta concentrarme”,
“que es demasiado suave” o “demasiado fuerte”, “que me da frío” o “calor”, “que
me dijo alguien que no era bueno para algo” y un largo etcétera que puede
reforzar ideas negativas. Pero es muy difícil escuchar decir “no puedo quedarme
en silencio”, “me dan miedo mis propios pensamientos”, “no sé cómo permanecer
una hora prestando atención a mí mismo” o “me atormenta no distraerme de mi
propio ser”, poniendo en segundo lugar las razones superficiales para quedarse
y aprender sobre el propio cuerpo, la propia mente y la propia dimensión
espiritual.
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Lo diferente, lo
mejor o lo peor de practicar Yoga.
Cuando las personas se acercan a Yoga desde un lugar cargado
de prejuicios suelen darle el gusto a los demás, incluso al profesor o
instructor con el que se han encontrado y al que no han podido evitar más,
tomando una o dos clases para crear, con la excusa de haberlo experimentado,
una nueva idea que utilizar cuando le pregunten “por qué no practicas Yoga”
Llegar a un sitio en el que no se impulsa a las personas a
competir, ni se crean ambientes para aturdirse o exacerbar los egos, puede ser
la panacea para quienes están hartos de esos valores de la sociedad. Pero algunos,
o muchos, si en torno a la actividad que van a realizar (en este caso la sesión
de yoga) faltan la mirada hacia el afuera o la mirada del otro, el conseguir
ser el mejor, más rápido, más lindo o más perfecto, se encuentran perdidos y
les cuesta encontrar su lugar.
Aquellos que tienen problemas de salud debido a la gran
exigencia que hacen del cuerpo físico toda vez que descargan en el cuerpo
emociones relacionadas con la necesidad de aceptación o la competencia, con la
frustración o la apariencia, deben cambiar mucho el punto de vista de lo que es
“estar saludable”, especialmente en lo referente a los condicionamientos
mentales.
En eso se basan los prejuicios, en creer de antemano que
estamos haciendo lo correcto sin observar que si tenemos problemas, a lo mejor
no estamos tan acertados en lo que pensamos. Y como uno de los objetivos de
Yoga es desbaratar las estructuras mentales para permitirnos realizar otras
experiencias, la fuerza de las ideas preconcebidas hacen que, aun intentándolo,
la práctica de Yoga no encaje para nada en esas ideas.
Comprender que los
dolores y enfermedades son mensajes que debemos escuchar.
Pero muchas de las personas que llegan a la práctica de Yoga
lo hacen con algún problema que resolver, luego de buscar en otros sitios
respuestas que sólo los conceptos y la filosofía que respaldan una disciplina
como Yoga les van a ofrecer. Es en esas diferencias con el resto de las
actividades que está la puerta de entrada al universo de las respuestas.
Las ideas rígidas, muchas veces heredadas, van tallando el
cuerpo físico. Esas ideas generan un filtro a través del cual creemos que lo
bueno es sólo aquello que determinados seres o estamentos convalidan y desde
allí elegimos la manera de realizar actividad física o intentamos encontrar un
equilibrio emocional o mental sin observar que son esas mismas ideas las que
nos llevan a enfermarnos o lesionarnos.
El cuerpo físico se va deteriorando, pasamos de unos simples
dolores a dolencias crónicas, de situaciones estacionales a permanentes y en
ese proceso insistimos con el punto de vista y con la manera de hacer las
cosas, repitiendo los patrones que nos conducen a la enfermedad.
Se nos desalinea la columna vertebral, creamos tensiones en
determinadas partes del cuerpo, siempre las mismas contracturas, puede que
lleguemos a una intervención quirúrgica con la intención de corregir algunos
trastornos. Se nos desordena el funcionamiento de los órganos de la respiración
o de la digestión, sufrimos de tendinitis en los hombros o en las caderas y
realizamos actividad física con la influencia de la misma carga emocional que
nos lleva a esas situaciones. El descontrol de nuestra mente nos lleva a la
preocupación u obsesiones recurrentes que devienen luego en ansiedad y pánico y
queremos salir del laberinto usando los mismos elementos con que lo hemos
construido.
Si vivimos el día a día desde el rencor, el revanchismo, la
reacción, reforzando la creencia de que conseguiremos algo bueno intentando alcanzar
las cosas por la fuerza o a través de ella, si percibimos todo como una carrera
y una competencia, en donde unos son los buenos y otros los malos, unos
ganadores y otros perdedores, estaremos compitiendo aunque no sea necesario y
nos desequilibraremos, aun cuando estemos realizando actividad física.
Aunque el cuerpo nos hable a través de los dolores o las
enfermedades que pueden crearse a partir de esas estructuras basadas en ideas,
creencias o hábitos, podemos llegar a creer que por el mismo camino que nos
desequilibramos y desarmonizamos vamos a lograr encausar nuestra salud. Aunque
parezca obvio decirlo, así sólo lograremos más desarmonía y un estado
menos saludable.
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El hábito del
silencio y la quietud.
Llegar a Yoga con la idea de que allí las cosas deberían ser
de una u otra manera es perdernos la oportunidad de aprender algo esencial y es
que las ideas pueden ser descartadas. Pero si dedico gran parte de mi día a
reforzar unas estructuras mentales, desecharlas me va a resultar un sacrilegio.
La invitación a soltar creencias y perjuicios para tratar de
percibir desde el silencio, sin el impulso de correr o competir, puede
resultarnos violento y asfixiante, sobre todo si no alcanzamos a vislumbrar un
plan B similar al que traíamos de casa, detrás de esa invitación.
El desconocimiento de cómo es permanecer en silencio o en un
estado de quietud, aunque pasen muchas cosas en un plano sutil que nos cueste ver
al principio, hace que quienes nunca antes hayan estado en esa situación se
sientan completamente perdidos y desarmados, cuando la sesión de Yoga pasa por
momentos de relajación, contemplación o permanencia en quietud en una postura.
Es en esas situaciones, aparentemente pequeñas e
inofensivas, que muchos aspirante a practicantes o iniciantes se apegan a las
ideas de todo lo demás (que no es otra cosa que lo que los está enfermando)
para justificarse y argumentar todo tipo de situaciones hasta convencerse de
que Yoga no es para ellos. En el silencio y la quietud afloran los miedos, las
inseguridades o las situaciones sin resolver. Y el camino de autoconocimiento
que es Yoga muchas veces comienza por ahí, por la superación de aquello que
ignoramos u ocultamos de nosotros mismos.
Por el contrario, quien llega cansado de sus propias
dificultades y de los recursos que la sociedad le brinda para aturdirse y
distraerse de sí mismo, quien ha llegado a comprender que necesita una guía o
ayuda para aprender a hacer otras cosas, quien está dispuesto a cambiar y
soltar los patrones tóxicos, comprende rápidamente que los recursos y
situaciones que el Yoga le ofrece son la manera de cambiar el enfoque de todo
lo conocido para, con tiempo y paciencia, desarticular los conceptos mentales
que llevan al desequilibrio.
No se puede forzar a alguien a hacer lo que no comprende. No
puede saberse cuál de los golpes será el último. Cuando aquel que cree que sus
ideas son más valiosas que su salud llega al límite del orgullo y se rinde ante
la posibilidad de cambiar para romper el círculo vicioso, el Yoga estará allí
con sus miles de años de sabiduría para mostrarles el camino de la tolerancia,
el respeto de sí mismo y la posibilidad de tomar la decisión de dejar de luchar
para fluir con el devenir de las circunstancias, sin perder de vista el centro
del equilibrio mental y emocional que nos mantiene más cerca de la salud.
©Pablo Rego
Profesor de Yoga
Terapeuta holístico
Diplomado en Medicina Ayurveda de India
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