por Pablo Rego | Durante la práctica de Yoga es fundamental tener presente la experiencia, las sensaciones, la consciencia del mundo interior. La estética de las posturas debe surgir de la búsqueda sutil del detalle y no de la forma externa de lo físico. La excesiva influencia del mundo de la imagen provoca y propone la imitación de la forma, transformando el concepto “postura” en algo para ser mostrado.
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Postura podría ser la traducción
de asana. Es la palabra que se usa para definir la acción de construir una
forma con el cuerpo físico, pero también es importante tener en cuenta todo
aquello que contiene el concepto de “asana”, como la atención, la concentración,
la respiración, la conexión con el “sentido interior” y la consciencia de la
dimensión energética.
En Occidente, postura o pose, se
usa habitualmente para definir un acto, una puesta en escena, la creación de un
personaje para ser actuado hacia los demás. Algo que se enfoca más en lo
externo y superficial que en lo profundo y consciente.
Cuando las redes sociales nos
invaden con sus imágenes perfectas de cuerpos perfectos “practicando Yoga” no
siempre podemos tener la certeza de que esa imagen que estamos mirando es de un
practicante que está realizando una asana con todos los sentidos puestos en la
práctica. Más bien, podríamos asegurar que, en la mayoría de los casos, ese
momento fotografiado no es de Yoga sino de la práctica de una postura para ser
mostrada.
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La proliferación de imágenes de
todo tipo va creando una idea de la realidad que se separa poco a poco de la
verdad. No porque lo que vemos no sea cierto, sino porque lo que se muestra en
las redes sociales suele no serlo todo, quedando fuera de ese imaginario mucho
más de lo que se ve.
Así, la competencia, el orgullo,
los egos o el narcisismo crean un standard que se va alejando de lo que la
mayoría puede alcanzar. Este fenómeno trasciende al Yoga y va modificando,
sobre todo en ciertos segmentos etarios, los hábitos y objetivos de las
personas.
Cuando la exposición se vuelve
modelo muchos practicantes normales, con limitaciones normales, sin la
posibilidad de desarrollar su práctica más allá de la etapa inicial en la que,
además de cumplir con múltiples actividades y exigencias de las sociedades
contemporáneas, dedican algunas horas semanales a la práctica de Yoga, ven en
esos modelos un Yoga físico inalcanzable, un modelo frustrante, admirable, pero
completamente alejado de sus vidas, llegando a creer que “eso es el Yoga”, algo
imposible de realizar.
Y aunque esas imágenes, muchas veces maravillosas y bellas, puedan ser motivantes para algunos, a otros muchos puede resultarles un modelo nocivo, ya que, alguien que no ha desarrollado mucho la práctica se verá frustrado al intentar imitar unas posturas complejas y, desde lo estético, aparentemente perfectas.
Lamentablemente y cada vez más,
esa estética se vuelve un modelo a seguir y como ocurre en otras áreas de la
vida y por otras influencias contemporáneas, como lo fue en menor medida la TV
en el pasado, el objetivo de alcanzar esa imagen, la foto, la postura perfecta
hecha por un cuerpo perfecto, ocupa el lugar central del aficionado al Yoga.
¿A favor o en contra?
Ni lo uno ni lo otro. Es lógico
que la búsqueda de la belleza y la perfección en la estética vayan ganando
lugar en un ámbito ciento por ciento visual, pero es importante tener en cuenta
que el Yoga no es una práctica eminentemente visual si no, más bien, todo lo
contrario.
De hecho la vista es un sentido
que contribuye en mucho a la activación de la mente y es un sentido muy potente
que debe ser moderado y del que es muy recomendable prescindir durante la
realización consciente y profunda del Yoga.
Si bien es cierto que aquellos practicantes avanzados, de cuerpos delgados, con ropa especial, con un mat de yoga de diseño y la posibilidad de viajar por el mundo o practicar en salas muy bien arregladas, al tomarse una fotografía crean una imagen estéticamente atractiva. Pero tomar eso como modelo es poner en la práctica cotidiana del Yoga una cantidad de elementos ajenos a la misma que podrían ser las consecuencias de algunos, pero no el objetivo de todos.
Si bien es cierto que aquellos practicantes avanzados, de cuerpos delgados, con ropa especial, con un mat de yoga de diseño y la posibilidad de viajar por el mundo o practicar en salas muy bien arregladas, al tomarse una fotografía crean una imagen estéticamente atractiva. Pero tomar eso como modelo es poner en la práctica cotidiana del Yoga una cantidad de elementos ajenos a la misma que podrían ser las consecuencias de algunos, pero no el objetivo de todos.
Un verdadero practicante de Yoga
se mueve como un animal sensitivo, atento a las sensaciones del cuerpo; realiza
su práctica en el mejor lugar posible, pero puede practicar en cualquier parte,
con cualquier indumentaria y sobre cualquier superficie, sin importar el precio,
el color o la marca de su ropa o de su colchoneta.
Lo que los demás vean será lo menos
importante, ya que hacer Yoga en cualquier parte y bajo cualquier circunstancia
(no por ello las peores) es un desafío que el yogui sabe que debe trascender.
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Las influencias occidentales sobre las formas.
El Yoga nació en un mundo
sensitivo. El origen de su práctica tiene todo que ver con las sensaciones, con
la percepción y con la imitación de la naturaleza. Le existencia del Yoga sólo
puede darse en un mundo donde lo importante no es como me veo sino cómo lo
siento, como me percibo. Todo lo que hacemos es observado por otros, pero no es
la mirada de los otros lo que manda en Yoga, sino la observación de la propia consciencia.
Por ello la imitación en la
práctica tiene sus límites, ya que, la mayor parte de la construcción de una
asana es lo que podemos sentir al ir perfeccionándola; y aquí la estética es lo
último, es sólo la consecuencia.
En Occidente y a lo largo de las
últimas tres o cuatro décadas, las formas de la práctica han ido variando según
han sido influidas por diferentes disciplinas propias, como la gimnasia
deportiva o la danza.
Así es que muchas veces se
observan cuerpos entrenados en otras disciplinas de entrenamiento físico, quizá
durante cinco o diez años y desde la infancia, tomando el yoga como una forma
más de destreza física, creando formas y movimientos particulares que no
siempre son aquellos que se pueden observar en un practicante que ha
desarrollado un camino similar sólo en Yoga.
Lo uno no invalida a lo otro,
pero Yoga es Yoga y su práctica crea muchas condiciones en el Ser que van más
allá de lo físico, dejando de lado aspectos como la estética (o la mirada de
los otros) y la competencia, elementos que condicionan absolutamente el
desarrollo en otras disciplinas, especialmente en Occidente.
Las redes sociales han llegado
para quedarse y su utilización es parte de la vida contemporánea, pero es
importante mantener presente que Yoga lleva cinco mil años de evolución y que
sus raíces son fundamentales, ya que sin ellas esta disciplina no hubiera
llegado hasta nuestros días.
Es importante que tengamos
presente que la transmisión del Yoga, su enseñanza, tiene, o debe tener, un
elemento energético, sensitivo, humano, que, aunque puede perderse cuando se
usan los recursos audiovisuales modernos, no dejan de ser esenciales.
Lo importante es la práctica, lo
que se siente al realizarla. Todas las formas de inspiración son válidas, pero
es fundamental que lo que vemos esté presente en una mínima proporción con
respecto a lo que hacemos, que el tiempo dedicado a la práctica sea muy
superior al que dedicamos a mirar imágenes.
El tiempo que dediquemos a practicar,
difícilmente se lo estemos dando a mirar las redes sociales. Si tenemos tiempo
para las redes, entonces, seguramente, tenemos tiempo para hacer Yoga.
© Pablo
Rego
Profesor de Yoga
Terapeuta holístico
Diplomado en Medicina Ayurveda de India.
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